Antes que comerme el mundo prefiero comerte el coño. Llámame
loco, será la única vez que aciertes valorándome. Recuerda, no me digas ni tu
nombre, así no podré olvidarte. Si dejase de suicidarme sería la rutina quien
acabaría por matarme. Putas paradojas, no imagino la vida sin ti y la vida
contigo me recuerda a la de un enfermo terminal: pidiendo a gritos que lo
desenchufen de esa máquina, aun a sabiendas de que le espera una muerte
dolorosa. Si supieses lo fácil que te resultaría acabar conmigo ya lo habrías
hecho hace tiempo. No te concederé ese privilegio. Mi autodestrucción es cosa
mía, mi renacimiento pendenciero causa de tus piernas. Hoy es día de matar la
desidia vomitando frases, en tu mano está el buscar entre la bilis las que te pertenecen. Mi habitación parece la Torre Windsor, es el fuego fatuo de tu recuerdo
el que me mantiene ardiendo. Me siento en la cama rodeado de humo, fumando e
intentando llorar sin conseguirlo.
Me solté esperando a que me cogieras y me dejé los dientes
en el suelo. Por más que busqué no los encontré todos y mi sonrisa quedó
marcada para siempre. ¿Qué mierda me queda ahora? No me soporto, pero algo es
algo. Vosotros me causáis indiferencia. Como una comadreja, agazapado,
esperando a que te descuides para morderte el cuello, a sabiendas de que me
apartarás de un manotazo.
Soy un enamorado del fracaso, el máximo odiador de la
nostalgia que, sin embargo, vive en el pasado.